16/4/14
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Las artes marciales orientales no son sólo un deporte
Tras el kárate, el kung-fu o el aikido se esconde todo un
sistema filosófico-espirituaI, completamente ajeno a la cultura cristiana...
Artes marciales de moda
Dominik Chmielewski empezó a entrenar artes marciales cuando
tenía entre 14 y 15 años, a mediados de la década de los ochenta. Al principio,
como era un chico bajito y débil, estaba buscando la manera de «no tener miedo
en la calle», pero enseguida, después de los primeros entrenamientos, llegó a
la conclusión de que el kárate podía convertirse para él en toda una forma de
vida. Comenzó a profundizar en otras artes marciales, practicó también el
aikido y el jiu-jitsu, fue discípulo de los más destacados maestros de Polonia,
y también se puso en contacto con maestros de Estados Unidos. Obtuvo el grado
de Maestro, Io Dan. Su sueño era educar a la juventud, precisamente mediante
las artes marciales.
El interés en Europa por las artes marciales orientales
surgió en la década de los setenta del siglo pasado, debido al influjo de las
películas de Bruce Lee, que se convirtió en un ídolo de los jóvenes de aquella
generación.
Pero la causa de su creciente popularidad tuvo también un carácter
más pragmático: fueron las noticias en los medios de comunicación sobre los
delitos de agresión, cada vez más frecuentes. El miedo trajo consigo buscar
alguna posibilidad de defensa frente a cualquier agresión. «Hoy en día, los
delincuentes por la calle son muy agresivos y muy brutales, por eso también las formas de
autodefensa y las artes marciales que se practican son igualmente muy
agresivas.
El entrenamiento diario lo constituyen ejercicios para arrancar
ojos, partir brazos, golpear una arteria, romper la nuca, dar una patada en la
ingle o ejecutar llaves muy dolorosas...; o sea, simplemente de lo que se trata
es de una lucha muy violenta y despiadada» —nos cuenta Chimelewski. Esta lucha
requiere, sin embargo, cierta preparación síquica. Resulta necesario un
«entrenamiento mental, en el cual yo mismo me imagino cómo le saco los ojos, le
parto las muñecas o le arranco los genitales a alguien. Estas técnicas que
tienen que parar al agresor, después de muchos años de un entrenamiento así, o
incluso pasados pocos años, provocan que mi mente acabe sufriendo un cambio».
Durante las clases, el alumno debe imaginarse, de la forma más realista
posible, que se encuentra en el campo de batalla, rodeado de adversarios cuyo
único objetivo es matarle. Esta actitud puede traer consigo consecuencias
negativas para la mente de los que practican artes marciales orientales:
«acostumbrados» a la agresión, observan a cualquier transeúnte que se les cruce
por la calle como un potencial agresor. Algunos incluso ni siquiera consiguen
hablar con la gente, porque están esperando su ataque en cualquier instante.
Las personas que practican artes marciales se convierten,
consciente o inconscientemente, en seguidores de cierta espiritualidad
Las artes marciales no son sólo un deporte.
Tras el kárate, el kung-fu
o el aikido se esconde todo un sistema filosófico-espiritual, completamente
ajeno a la cultura cristiana. Originariamente se trataba de una forma de
meditación dinámica. Los maestros del Lejano Oriente no conocían la distinción
entre materia y energía. Según ellos, todo existe gracias al flujo de energía
entre el yin y el yang. A lo largo de varios milenios, los habitantes del
Extremo Oriente dirigieron sus formas de meditación a lograr la sabiduría y
encontrar un punto de equilibrio, en el cual no hay diferencias ni opuestos,
mientras que el bien y el mal son las dos caras de un todo.
«Al mismo tiempo,
se empiezan a adquirir esos poderes por los cuales se rige el universo. Se
trata precisamente de unas habilidades que nosotros consideraríamos como paranormales,
ocultistas; es decir, poderes ocultos del tipo: caminar sobre espadas afiladas,
tumbarse sobre brasas encendidas o sobre botellas rotas, recibir golpes con
herramientas muy afiladas que no dejan ninguna señal en el cuerpo, intentar sin
éxito que un hombre sea empujado por veinte personas. Es algo que escapa al
pensamiento racional. Los maestros son capaces de saltar sobre una caja de
cerillas sin aplastarla: es la habilidad de emplear tu energía interior de una
forma específica. Hay maestros que consiguen recibir cualquier golpe en su
cuerpo. Son capaces de partir objetos que aparentemente son irrompibles.
Algunos han recibido ciertos poderes de sanación». Las personas que practican
artes marciales se convierten también, consciente o inconscientemente, en
seguidores de cierta espiritualidad.
El Maestro Morihei Ueshiba, fundador del
aikido, explicaba así en qué consistía su invento: «El Arte de la Paz que yo
practico tiene espacio para cada uno de los ocho millones de dioses del mundo,
y yo coopero con todos ellos. [...] La construcción de santuarios y templos no
es suficiente. Erígete en imagen viva de Buda. Todos nosotros deberíamos ser
transformados en diosas de compasión o Budas victoriosos. [...] El Arte de la
Paz es la religión que no es una religión; perfecciona y completa todas las
religiones. [...] aprende de los dioses y a través de la virtud de la práctica
devota del Arte de la Paz, hazte uno con lo Divino».
Auténtico paganismo
Las artes marciales orientales son a menudo la propaganda
más popular de espiritualidades panteístas y monistas. Su objetivo es lograr
una confianza plena en uno mismo. «Tu verdadera fuerza depende sólo de ti»
—repetía el maestro de kárate Masutatsu Oyama. Los Padres del Desierto
afirmaban, en cambio, que la victoria de Satanás se apoya en nuestra soberbia:
cuanto más nos parece que somos perfectos, con tanta mayor fuerza estamos
siendo esclavizados.
Esa honra que se da a las espadas o a los retratos de los
maestros, presente en rituales relacionados con las artes marciales,
seguramente puede considerarse como idolatría, pero todavía más peligrosa
resulta la deificación de la energía Qi (pronunciado "chf' en chino) o Ki
(transcrito del japonés). Abrirse a ella puede causar que surjan en el hombre
capacidades parapsicológicas y de ocultismo, típicas de la injerencia de
fuerzas demoníacas. Dominik Chmielewski cuenta que, como resultado de las
meditaciones orientales, del zen y el yoga que estuvo practicando durante diez
años, sufría ataques inesperados de ira y rabia: «Muchos compañeros con los que
yo me entrenaba, me decían que habitualmente soy muy tranquilo y alegre; un
estupendo muchacho,
colega y amigo; pero que en los combates es como si me
transformara en un demonio. Tenían miedo de luchar contra mí. Me decían:
"Tío, es que tienes algo en los ojos que hace que yo te tenga miedo. Tú me
vas a matar en el combate". Y, por supuesto, yo no sentía nada
interiormente, pero ellos lo notaban de forma muy clara: como una fuerza que
seguramente no provenía de Dios, a pesar de que yo rezaba todos los días, iba a
la iglesia y me acercaba a recibir los sacramentos».
«Todo lo que hasta ahora
consideraba una ganancia,
lo tengo por pérdida, a causa
de Cristo» (Flp 3, 7)
Dominik Chmielewski era catequista, pero al mismo tiempo un
fanático del kárate. Cualquier rato libre se lo pasaba en los entrenamientos.
En el transcurso de nueve años obtuvo el 3 er Dan y llegó a ser el director
técnico más joven del país para temas de kárate, en la Federación Polaca de
Artes Marciales de Byd-goszcz. Estaba convencido de que, con la ayuda de las
artes marciales, iba a poder enseñar y preparar a los jóvenes para la vida. «Me
preocupaba mucho la formación de la gente joven y su orientación en la vida».
Mientras tanto, la mayoría de los adeptos al kárate que vino
a formarse con Chmielewski no estaba de ningún modo interesada en
perfeccionarse, ni tampoco en formarse. «Entre esos chichos, a decir verdad, no
había muchos que no estuvieran interesados en nada más que técnicas para matar.
Generalmente lo que buscaban era aprender a defenderse con eficacia en la
calle; tanto mejor, cuanto más despiadada y brutalmente fuera aquello». A
partir de un momento dado, Dominik sintió que el camino que había escogido no
le estaba conduciendo a ninguna parte. Como era un ferviente católico, viajó a
Medjugorje y le encomendó su vida a la Virgen María. Entonces sintió claramente
que tenía que dejar las artes marciales y que su vocación, por supuesto, seguía
siendo orientar a la juventud, pero no a través del kárate. Obedeciendo a la
Virgen, dimitió de sus cargos como instructor y director en la Federación
Polaca de Artes Marciales, renunció al examen de aspirantes a 4o Dan, dejó por
completo los entrenamientos e ingresó en un seminario Salesiano. Había
resultado que las artes marciales «no se pueden conciliar con el espíritu de
amor, de paz y de bondad que emana del Evangelio, que irradia Jesucristo».
En Dominik había muerto el hombre viejo, pero al mismo
tiempo había descubierto de nuevo su propia vocación. Hoy día es sacerdote.
Sirve en un centro de formación salesiano, «el único centro de menores en
Polonia sin rejas, sin vigilantes, sin perros, sin todo ese sistema de control
sobre los jóvenes, un control que limita su libertad. Es un hogar para chicos
que, si no fuera por nuestra intervención, acabarían en un centro de
internamiento de menores».
Además de esto, se dedica a difundir la verdad sobre los
riegos de posesión maligna que existen por practicar artes marciales; sobre
esto afirma que: «una persona que se ha dedicado durante tantos años a una
energía a la que considera cósmica, impersonal, está convencida después de que
esa energía se transforma en un ser inteligente, oculto tras ella desde
siempre. Resulta también que ese ser, un ser inteligente, controlaba ya su
mente, hasta tal punto que esa persona se siente esclavizada por un ente
extraño, mucho más inteligente que ella».
San Pedro nos lo advierte: «En el pueblo de Israel hubo
también falsos profetas. De la misma manera, habrá entre ustedes falsos
maestros que introducirán solapadamente desviaciones perniciosas, y renegarán
del Señor que los redimió, atrayendo sobre sí mismos una inminente perdición.
Muchos imitarán su desenfreno, y por causa de ellos, el camino de la verdad
será objeto de blasfemias» (2 Ped 2, 1-2). No nos dejemos engañar por esas
enseñanzas que nos apartan de Dios.
Elaborado por Daniel Rucki
a partir del contenido de la serie
de vídeos titulada:
«Visibles e invisibles».
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